Cuando tengo que viajar a las afueras de la ciudad por razones laborales siempre dejo mi coche en el parking de la empresa, cojo el tren en la estación terminal a dos calles arriba y durante cuarenta y cinco o sesenta minutos me dedico a mí: leo alguna novela, el periódico, ordeno mi bolso de mano o simplemente contemplo el paisaje por la ventanilla. La vuelta siempre me pilla en el portátil preparando algún informe...
Aquella semana me tocaba ir a un pueblo al norte; ese ramal ferroviario nunca lo había usado... A medida que salíamos de la ciudad las estaciones tenían un aspecto de principio del siglo pasado; sin dudas era el trayecto más pintoresco. Me había ubicado en el penúltimo vagón, junto a la ventana. En la Octava Estación, al ponerse en movimiento el tren, vi en el andén a una mujer sentada con una bella sombrilla blanca. Vestía pantalones negros y zapatos con tacones bajos. No se le veía el rostro, pero dirigía la mirada en dirección hacia donde avanzábamos... me daba la impresión de ser una persona mayor, solo la impresión. Durante tres semanas tuve que volver y viajaba a mitad del convoy con un libro de mano para disfrutar del trayecto. Las estaciones se sucedían y allí estaba ella, en la Octava Estación, con la misma actitud de espera, y yo no conseguía ver su rostro.
Ayer me senté en el primer vagón, así podría observarla por más tiempo. El día estaba nublado y al salir comenzó a llover. A medida que pasábamos estación por estación más intriga me embargaba, ¿estaría la mujer de la sombrilla? Quinta Estación, Sexta Estación, Séptima, Octava... y bajo una lluvia de plata la mujer allí estaba. Se detiene el tren quedando mi ventana frente a ella.La miro y no me mira. Apoyo mi mano en el cristal mojado por fuera y ella, suavemente, eleva la sombrilla, voltea su rostro y me mira; nuestras miradas se encuentran y...!me descubro en ella!
Si, primero pensé que era mi reflejo en el cristal, pero no, ella era yo misma, unos años atrás, en la adolescencia, sentada en el banco del andén de mi pueblo donde solía esperar aquellas tardes de primavera a mi abuela, que venía de la ciudad... La mujer de la sombrilla me sonríe, arranca el tren y conmocionada me pongo de pie mientras las puertas del vagón se cierran y comienza el tren a avanzar. Entonces corro hacia el otro vagón, y al otro, y al otro, hasta llegar al último y ver a aquella mujer de nuevo en su hierática pose. Para regresar no me animé a tomar el tren, tuve que volver a la oficina en un taxi por la autovía...
Hoy es sábado y conduje con mi coche hasta la Octava Estación.Ella ya no está...Le pregunté al guardia de la estación por la mujer de la sombrilla, el se sonrió y me dijo:- Mujer de la sombrilla? Dicen en el pueblo que aquí, en este andén, la gente se reencuentra consigo mismo. Llevo toda mi vida trabajando en esta estación y escuchando distintas historias, pero le juro señorita que nunca me he encontrado conmigo mismo... - y sonríe de nuevo. Camino por la estación y no la encuentro, no me encuentro.El guardia me hace una seña y veo el cartel de la estación: OCTAVA ESTACIONSin entender sigo mirando y abajo descubro otro cartel, más viejo y descolorido que pone: ESTACION EL ENCUENTRO.
Aquella semana me tocaba ir a un pueblo al norte; ese ramal ferroviario nunca lo había usado... A medida que salíamos de la ciudad las estaciones tenían un aspecto de principio del siglo pasado; sin dudas era el trayecto más pintoresco. Me había ubicado en el penúltimo vagón, junto a la ventana. En la Octava Estación, al ponerse en movimiento el tren, vi en el andén a una mujer sentada con una bella sombrilla blanca. Vestía pantalones negros y zapatos con tacones bajos. No se le veía el rostro, pero dirigía la mirada en dirección hacia donde avanzábamos... me daba la impresión de ser una persona mayor, solo la impresión. Durante tres semanas tuve que volver y viajaba a mitad del convoy con un libro de mano para disfrutar del trayecto. Las estaciones se sucedían y allí estaba ella, en la Octava Estación, con la misma actitud de espera, y yo no conseguía ver su rostro.
Ayer me senté en el primer vagón, así podría observarla por más tiempo. El día estaba nublado y al salir comenzó a llover. A medida que pasábamos estación por estación más intriga me embargaba, ¿estaría la mujer de la sombrilla? Quinta Estación, Sexta Estación, Séptima, Octava... y bajo una lluvia de plata la mujer allí estaba. Se detiene el tren quedando mi ventana frente a ella.La miro y no me mira. Apoyo mi mano en el cristal mojado por fuera y ella, suavemente, eleva la sombrilla, voltea su rostro y me mira; nuestras miradas se encuentran y...!me descubro en ella!
Si, primero pensé que era mi reflejo en el cristal, pero no, ella era yo misma, unos años atrás, en la adolescencia, sentada en el banco del andén de mi pueblo donde solía esperar aquellas tardes de primavera a mi abuela, que venía de la ciudad... La mujer de la sombrilla me sonríe, arranca el tren y conmocionada me pongo de pie mientras las puertas del vagón se cierran y comienza el tren a avanzar. Entonces corro hacia el otro vagón, y al otro, y al otro, hasta llegar al último y ver a aquella mujer de nuevo en su hierática pose. Para regresar no me animé a tomar el tren, tuve que volver a la oficina en un taxi por la autovía...
Hoy es sábado y conduje con mi coche hasta la Octava Estación.Ella ya no está...Le pregunté al guardia de la estación por la mujer de la sombrilla, el se sonrió y me dijo:- Mujer de la sombrilla? Dicen en el pueblo que aquí, en este andén, la gente se reencuentra consigo mismo. Llevo toda mi vida trabajando en esta estación y escuchando distintas historias, pero le juro señorita que nunca me he encontrado conmigo mismo... - y sonríe de nuevo. Camino por la estación y no la encuentro, no me encuentro.El guardia me hace una seña y veo el cartel de la estación: OCTAVA ESTACIONSin entender sigo mirando y abajo descubro otro cartel, más viejo y descolorido que pone: ESTACION EL ENCUENTRO.