Ya hacía un año que Yan vivía el destierro. Atrás había quedado su tierra de enraizados ombúes como baobabs, de jurásicos palos borrachos en flor y fluorescentes jacarandas… Su nuevo paraje dónde había sido confinado era árido, volcánico y hostil; la lava incandescente de otros tiempos formaba ahora caprichosos y oscuros ríos pétreos.
Yan había leído en los libros sagrados que detrás de los grandes volcanes existía un charco y que todo humano o bestia que se había animado a cruzarlo no había regresado nunca jamás. Obviamente que aquel charco no sería tan grande como aquel Mar Dulce de su ciudad Ayre donde había crecido.
Durante mucho tiempo caminó sin detenerse, pareciendo que nunca avanzaba, que siempre estaba en el mismo sitio rodeado de aquellas formas extrañas erosionadas por el abrazo del viento.
Yan se había protegido algunas noches en la zona de las grandes burbujas de piedra, que accediendo por un gran agujero, descendía hasta las profundidades para llegar a un pequeño charco subterráneo de agua fresca y dulce donde poder saciar su sed. Al caer la noche pequeños crustáceos albinos que vivían en el fondo se tornaban iridiscentes, entonces Yan se acercaba al espejo de agua, contemplaba su rostro e imaginaba que las luces del fondo eran el reflejo del cielo estrellado de su ciudad… y así caía dormido sobre una lisa roca colorada.
Su voz interior lo animaba a seguir tamaña travesía… pero hasta cuándo!
Una mañana, al despertar en el Valle de las Montañas de Fuego, vio que su amuleto había cambiado levemente de color, sintió el aire fresco en sus mejillas y por fin oyó algún indicio, lo sobrevolaban un par de gaviotas peleando por un trozo de comida… el charco estaba cerca! Rápidamente se puso de pie y comenzó a correr hacia donde su instinto animal lo dirigía; subió una cuesta, trepó por la roca y llegó a un pequeño mirador, las paredes de las piedras estaban cubiertas de verdes líquenes y al borde del camino habían crecido plántulas de aromáticas lavandas… y allí estaba frente a sus ojos el charco turquesa y más allá la tierra de los dragones magenta.
Le llevó todo el día poder llegar a la costa, no siempre los caminos que se toman son los más cortos; se detuvo cansado en un barranco, se refrescó los pies en el agua salada y contempló el atardecer, un bello atardecer cómo hacía tiempo que no veía… entonces, en ese instante, volvió a sentirse vivo... a la mañana siguiente emprendería el cruce del charco...
3 comentarios:
Una buena metafora sobre el viaje personal de cada uno,a veces un viaje sin un destino prefijado y otras(como en mi caso) con escalas y estadas largas en un mismo lugar.Por ahora no tengo pensado enfrentar nuevos desafios plenos de figuras mitologicas, siento que si uno no se focaliza no puede continuar con sus sueños y tambien siento que sin darle sentido de resignacion, a veces nuestros destinos ya los construimos con nuestras decisiones previas acertadas o no y nos queda solamente buscarle la vuelta para que el resto del camino sea lo mas feliz posible.
Me gusta lo que escribiste , por que no te animas hacer un cuento o alguna narracion y la publicas? Te quiero y te extraño.
Besos y como siempre el mejor de los deseos para el camino que emprendas.
Charly,
Qué puedo decir......
Brillante.
Liliana
Te espero en Ayres
HERMOSO... TODA UNA DECISION.
CADA ELECCION IMPLICA UNA RESIGNACION Y ESTAR CONCIENTE DE ESTO, MITIGA EL DOLOR DE LA PERDIDA PORQUE POTENCIA LA ESPERANZA DEL ENCUENTRO.
CLAU
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